Cuando la glucosa eleva la cuenta: cómo la diabetes impulsa la enfermedad renal crónica

Hasta 4 de cada 10 personas con diabetes desarrollan enfermedad renal crónica, un daño silencioso que puede acabar en diálisis o trasplante.

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Relación que pocos ven

La diabetes altera la forma en que el cuerpo usa la glucosa y, cuando los niveles se mantienen altos por largos periodos, el daño no se limita a la sangre. Uno de los órganos más afectados son los riñones, responsables de filtrar desechos y mantener el equilibrio de agua y sales en el organismo. La agresión constante que provoca el exceso de glucosa puede desencadenar enfermedad renal crónica, un padecimiento que avanza sin síntomas claros.

De acuerdo con estimaciones internacionales, hasta cuatro de cada diez personas con diabetes desarrollan enfermedad renal crónica. En muchos casos, los pacientes reciben el diagnóstico cuando el daño ya es significativo.

Cómo ocurre el deterioro

El exceso de glucosa deteriora los vasos sanguíneos que forman la estructura interna del riñón. Ese proceso favorece inflamación y fibrosis. Además, suele aparecer proteína en la orina, señal de que los filtros renales comienzan a fallar. Esa proteína, que no debería pasar al filtrado, activa mecanismos que aceleran la cicatrización del tejido y empeoran el daño.

La relación entre diabetes y riñón es compleja. A veces, el daño renal preexistente contribuye a que el cuerpo desarrolle resistencia a la insulina, lo que puede complicar o incluso detonar diabetes tipo 2. Al mismo tiempo, la pérdida de función renal vuelve más difícil controlar la glucosa.

Un problema creciente

En distintos países, la diabetes es ya la causa principal de insuficiencia renal avanzada. En México, la carga de enfermedad renal crónica se ha incrementado en los últimos años. La combinación de mayor prevalencia de diabetes, estilos de vida sedentarios y dificultades para acceder a diagnóstico temprano ha aumentado la presión sobre los servicios de salud.

La enfermedad renal crónica avanza en cinco etapas, basadas en el nivel de filtración glomerular: desde un estado aparentemente normal, pero con señales de daño, hasta la etapa final en la que se requiere diálisis o trasplante. La mayoría de los diagnósticos se realiza en la etapa 3 o posteriores, cuando el daño ya es difícil de revertir.

¿Se puede prevenir o retrasar el daño?

La respuesta es sí. Controlar la glucosa, atender la presión arterial, mantener un peso saludable y revisar periódicamente la función renal permite detectar complicaciones a tiempo. Los estudios de sangre y orina son clave para identificar los primeros signos de deterioro.

Además, factores como la actividad física, la alimentación equilibrada y evitar el consumo excesivo de alcohol ayudan a reducir el riesgo. En personas con diabetes tipo 2, estas medidas también pueden disminuir la probabilidad de avanzar hacia etapas críticas de enfermedad renal.

Un reto que exige atención temprana

Cuando la enfermedad progresa hacia la insuficiencia renal terminal, las opciones se reducen a diálisis o trasplante. Ambos tratamientos son costosos, complejos y alteran la calidad de vida. Por eso, la vigilancia constante y el control de la diabetes son fundamentales: no basta con atender la glucosa cuando ya hay complicaciones; la prevención es clave para frenar el daño antes de que sea irreversible.