Yolanda Vargas Dulché: la reina de las historietas mexicanas

El nombre de Yolanda Vargas Dulché es sinónimo de éxito en la historieta mexicana. Su obra trascendió el papel para convertirse en un fenómeno cultural que marcó a generaciones con títulos inolvidables como Lágrimas y risas y Memín Pinguín. Con una vida digna de una de sus propias historias, pasó de una infancia humilde a construir un imperio editorial, cinematográfico y hotelero.

En una entrevista con la reportera María Julia Guerra, en la desaparecida Revista Contenido, Dulché recordó sus inicios, su pasión por la escritura y el arduo camino que recorrió hasta convertirse en una de las autoras más leídas del país.

De la colonia Guerrero al éxito

Yolanda Vargas Dulché nació el 18 de julio de 1926 en la Ciudad de México, en una familia de pocos recursos. Su padre, Armando Vargas de la Maza, era un periodista sin fortuna, y su madre, Josefina Dulché, un ama de casa de ascendencia francesa. Su niñez estuvo marcada por la inestabilidad económica y el divorcio de sus padres, lo que la obligó a mudarse constantemente entre vecindades y casas de huéspedes en calles de la colonia Guerrero como Magnolia, Mina y Mosqueta.

Durante un tiempo, su madre intentó mejorar la situación familiar emigrando a Los Ángeles con sus hijas Yolanda y Elba, pero la falta de oportunidades las obligó a regresar a México. La precariedad económica era una constante, pero también lo era la determinación de Yolanda de cambiar su destino.

A pesar de la falta de recursos, desde pequeña mostró una gran pasión por la escritura. A los 16 años logró que su primer cuento fuera publicado en El Universal, un primer paso en lo que se convertiría en una carrera brillante.

Del periodismo a la historieta

Con sólo 18 años, Yolanda comenzó a trabajar como reportera de espectáculos en el periódico Esto, dirigido por el coronel José García Valseca. Aunque el periodismo le permitía ganar algo de dinero, no era suficiente. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de escribir argumentos para la revista de historietas Pepín, donde daría vida a uno de sus personajes más emblemáticos: Memín Pinguín.

La historieta, inspirada en un niño travieso, rápidamente conquistó al público. El nombre “Memín” surgió como un juego de palabras con pingo (un diablillo) y fue un homenaje a Guillermo de la Parra, entonces novio de Yolanda y posteriormente su esposo.

Con el tiempo, su talento la llevó a dirigir la revista Pepín, con un salario excepcional para la época: 6,500 pesos mensuales, una cifra notable para la época. Sin embargo, su camino no estuvo exento de dificultades. Cuando un nuevo jefe hizo imposible su trabajo, decidió renunciar y, junto con su esposo, fundar su propia editorial.

Un imperio construido con tinta y pasión

Al principio, la editorial de los De la Parra-Vargas Dulché no tuvo éxito. Fueron tres años de fracasos y escasos ingresos, pero la perseverancia dio frutos cuando empezaron a publicar revistas como Lágrimas y risas, que se convirtió en un éxito rotundo. La combinación de historias sentimentales y personajes entrañables hizo que sus publicaciones vendieran millones de ejemplares.

La escritora también incursionó en el cine y la televisión. Su película Cinco rostros de mujer ganó un premio Ariel, y sus historias fueron adaptadas a exitosas telenovelas como Rubí, María Isabel, Yesenia, Gabriel y Gabriela y Ladronzuela, muchas de ellas con altos niveles de audiencia.

El éxito no se limitó a México. En la década de los 70, sus historietas llegaron a Indonesia, Filipinas, Japón, Italia, Colombia y Estados Unidos. En China comunista, sus películas y cómics fueron un fenómeno de masas, y debido a restricciones monetarias, los derechos de autor le fueron pagados con productos como sedas, porcelanas y marfiles, los cuales convirtieron en un próspero negocio de tiendas de artículos chinos en Estados Unidos y Europa.

Una vida de disciplina y amor por la historieta

A pesar de su éxito, Yolanda Vargas Dulché nunca dejó de escribir. Sabía que su trabajo era el alma de su editorial y que, si se detenía, todo podría desmoronarse.

En su entrevista con María Julia Guerra, reconoció que muchos menospreciaban la historieta, pero defendió su valor cultural:

“Muchos lo desprecian, pero más de un escritor de altos vuelos ha intentado trabajarlo para ganar dinero y ha fracasado. Su técnica particular presenta dificultades, y es un género que nada tiene de despreciable. Después de todo, nuestro pueblo ha aprendido a leer con las historietas”.

También recordó cómo su infancia inspiró muchas de sus historias, como Gabriel y Gabriela, en la que una joven se disfraza de hombre para abordar un barco. En la vida real, Yolanda fue confundida con un niño en su adolescencia debido a su corte de cabello corto, una anécdota que terminó plasmada en su trabajo.

En sus últimos años, la escritora y su esposo disfrutaron los frutos de su esfuerzo desde su residencia en el Pedregal de San Ángel, aunque sin abandonar la escritura. Sus hijos tomaron las riendas de sus negocios: Iddar administró los hoteles, Tonatiuh la editorial, Manelick las publicaciones en Asia, Cristal las relaciones públicas, y solo Emoé se dedicó al teatro de forma independiente.

Sobre su vida, Yolanda reflexionaba con orgullo:

“Lo que más le agradezco a la vida es que no me haya hecho una rica ‘de dedazo’ o porque me sacara la lotería; me ha sido más satisfactorio saborear poco a poco y paso a paso el tránsito de la colonia Guerrero al Pedregal”.

Su legado sigue vivo en las historietas que conquistaron el corazón de millones y en las telenovelas que aún son referencia en la televisión mexicana.