Re-publicamos corregida la biografía de Jorge Ibargüengoitia basada en la tesis profesional de Alfredo Báez del Castillo y plagiada letra por letra en varios sitios y blogs en esta red de redes.
Como algunos grandes escritores han cambiado el cálculo por la pluma —Fedor Dostoievski, Nicolás Garín, Max Frisch, Boris Vian, Enrique Krauze y Vicente Leñero— Jorge Ibargüengoitia pensó dedicar su vida al estudio y práctica de la ingeniería, pero, encandilado por la literatura, terminó cambiando los números por las letras. Lo hizo cuando llevaba tres años en la Facultad de Ingeniería de la UNAM aparentemente convencido de que la vida real eran los puentes, los caminos vecinales.
Los primeros años de su vida privada pueden recopilarse mediante sus propios textos. Tanto en los cuentos eminentemente autobiográficos publicados bajo el título de La Ley de Herodes, como en varios textos aparecidos en las columnas que escribió en el periódico Excélsior como en las revistas Vuelta y Proceso.
Dejemos que el propio Jorge Ibargüengoitia Antillón nos cuente de sí mismo:
“Nací en 1928 (el 22 de enero) en Guanajuato, una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma. Mi padre y mi madre duraron veinte años de novios y dos de casados. Cuando mi padre murió yo tenía ocho meses y no lo recuerdo. Por las fotos deduzco que de él heredé las ojeras (…)
Al quedar viuda, mi madre regresó a vivir con su familia y se quedó ahí. Cuando yo tenía tres años fuimos a vivir a la capital, cuando tenía siete, mi abuelo, el otro hombre que había en la casa, murió.
Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero: ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara. En ese camino estaba cuando un día, a los veintiún años, faltándome dos para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esta decisión ‘lo que nosotros hubiéramos querido’, decían, ‘es que fueras ingeniero’, más tarde se acostumbraron”.
Los motivos para cambiar a la literatura fueron múltiples. Según Vicente Leñero, tal vez el primer motivo fue un viaje que Jorge realizara a Europa con los Scouts, a los 19 años, al Jamboree realizado ese año, 1947, en Francia. “Allí se dio cuenta de que puentes, caminos vecinales e ingeniería eran para él pura ociosidad y decidió interrumpir para siempre la carrera”.
Luego de desertar de la ingeniería, se estableció en el rancho familiar para convertirse en agricultor, lo cual intentó durante los siguientes tres años. Gracias a esta decisión, pudo tener un contacto accidental con Salvador Novo, quien mediante la puesta en escena de la obra Rosalba y los llaveros, de Emilio Carballido, en el Teatro Juárez, lo impresionó tanto que tres meses después se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras.
Entró a la Facultad en 1951 para tomar la clase de Teoría y composición dramática que impartía Rodolfo Usigli. La huella que su maestro y amigo le dejó fue imborrable. Lo marcó para siempre como escritor, al hacerle una pequeña alabanza sobre su primera comedia, que bien podría ser Cacahuates japoneses o Llegó Margo, que en su currículum como dramaturgo citaba como primera obra y como inédita, aunque fue mencionada “por primera vez en el Diccionario del Centro Mexicano de Escritores 1951-1961.
Esta obra es imposible saber si terminó en el cesto de la basura o en el cajón del olvido. Fue el examen final que Usigli les dejó a sus alumnos. Una obra en un acto, misma que fue bien acogida, según contaba Ibargüerngoitia:
“Al acercarse el final del primer semestre, Usigli anunció:
–En vez de presentar examen van a traer una obra en un acto.
Si no hubiera sido por eso probablemente yo estaría esperando que me llegara la inspiración para ponerme a escribir. El caso es que hice una comedia en un acto y se la llevé.
–Tiene usted que aprender a escribir en máquina dijo al ver el manuscrito–. El escritor debe saber usar sus instrumentos.
En la clase siguiente hizo el comentario:
–Su obra es rudimentaria y no tiene acción, sin embargo, es evidente que tiene usted sentido del diálogo y es capaz de escribir comedia.
No sé qué hubiera pasado si me dice ‘esto no sirve’.
La huella que dejara Rodolfo Usigli en Ibargüengoitia es notoria y fácilmente rastreable.
El propio guanajuatense reconoce que a él debe “en parte ser escritor y por su culpa, en parte, fui escritor de teatro diez años”. Ibargüengoitia estudió dos horas de dos tardes de cada semana de los tres años que siguió los cursos en Filosofía y Letras en su local de Mascarones.
De esos años, Jorge recuerda tanto a compañeros como a profesores.
“Éramos un grupo reducido. Rara vez pasamos de seis. Luisa Josefina Hernández, Raúl Moncada y yo llevamos el curso mientras lo dio Usigli, una señora americana que decidió aprender a escribir teatro el día en que cumplió ochenta años y llevó los dos semestres de 1951, Rosario Castellanos, los dos de 1953, Jorge Villaseñor asistió a una clase, Raúl Solana a dos, etcétera”.
De sus profesores rememora:
“En 1951 yo no quería ser maestro elocuente como O´Gorman, o admirado, como Paco de la Maza, o critico enciclopédico, como Justino Fernández, quería ser escritor profesional y eso Usigli lo era en un grado en que no lo era –salvo Yáñez– ninguno de los maestros que enseñaban entonces en Mascarones. Se sabía, claro, que don Julio Jiménez Rueda había escrito en su juventud una obra intitulada Sor oración del Divino Verbo, que yo nunca vi impresa ni sentí necesidad de leer; don Francisco Monteverde dejó de escribir teatro en 1932. Cuando encontré Fusilamientos no podía creer que alguien capaz de escribir aquel libro lo hubiera sido también de dar las clases soporíferas que me dio Julio Torri. Usigli era un escritor profesional, serio y activo, con todas las desventajas que trae consigo la actividad”.
Sin embargo, la relación de Ibargüengoitia con sus compañeros de clase era mala. Menciona poco y mal a Emilio Carballido, a Sergio Magaña. Siempre que puede les tiraba “mala leche”. Mención especial y muy aparte merece Luisa Josefina Hernández.
La relación que llevó Jorge con Luisa Josefina fue sentimental pero platónica. La conoció en Mascarones y compartió con ella no sólo las cátedras, sino que, al dejar la vacante Usigli, ella y Jorge se quedaron con la materia, dejándola más tarde el propio Ibargüengoitia. Compartieron también la beca que les dio la Fundación Rockefeller en Nueva York, así como las alabanzas de parte del propio Usigli, quien los consideraba sus únicos buenos alumnos.
El romance entre los dos dramaturgos fue callado por ambos. En ninguna entrevista o declaración se deja evidencia de éste. Sin embargo, Ibargüengoitia, fiel a narrar a partir de su experiencia biográfica, tiene tres cuentos en los que el personaje, siempre llamado Jorge, narra las aventuras y desventuras que tiene con una mujer, que en ocasiones se llama Ella, en otra Julia y en otra Sarita. Amén de varios textos periodísticos en los que la menciona de forma directa o indirecta.
El primer montaje de una obra de Jorge Ibargüengoitia se debe a la intermediación de Usigli, el profesor y amigo.
“Al fin del tercer año entregué a Usigli una comedia llamada Susana y los jóvenes. No sólo dijo que era buena sino que hizo que la Unión de Autores la montara y quiso dirigirla él mismo. Hizo la primera lectura, pero después lo invitaron al festival de Edimburgo y se fue, dejando la dirección a Basurto. Más adelante, mediante su intervención, esta obra fue incluida en un tomo de teatro mexicano que publicó Aguilar.
“Nuestras relaciones eran entonces muy cordiales. No había discusión acerca de nuestras situaciones respectivas. Él era el Número Uno, el Miguel Hidalgo y Costilla del teatro mexicano y yo su discípulo. Después las cosas cambiaron.
En efecto. Las cosas cambiaron poco a poco. Ibargüengoitia estaba desencantado con el teatro por el poco éxito de sus montajes. Estos nunca lograron el acogimiento que el autor esperaba. Por otra parte, la gota que derramó el vaso fue una entrevista que concedió Usigli a Elena Poniatowska en 1961, en donde el dramaturgo cita a sus alumnos favoritos.
“Después de tomar clase de Teoría y Composición Dramática con Usigli durante tres años, de ser dizque su discípulo dilecto, y lo peor del caso, de mencionarlo dieciséis veces en mi charla de la Casa del Lago, abro el México en la Cultura del domingo y me encuentro con el siguiente párrafo:
“LA ENTREVISTADORA: ¿Y los autores mexicanos, maestro?
USIGLI: Me sigue pareciendo Luisa Josefina Hernández la más seriamente entregada. Hay otro muchacho, Raúl Moncada, en provincia, que trabaja con un Cuauhtémoc. De los demás no puedo hablar porque no los conozco. De Carballido no he visto nada nuevo. Leí lo de Sánchez Mayunz, Las alas del pez, y me parece un muchacho que tiene muchas posibilidades.
” ¿Por qué no me menciona a mí? yo también quiero estar en la constelación. Quiero ser santo y estar en el calendario. No es posible que se haya olvidado que existo, porque el otro día estuvimos tomando copas en el Balmer. Es verdad que no soy tan seriamente entregado como Luisa Josefina, ni tengo tantas posibilidades cómo Sánchez Mayanz, pero si habla de Moncada porque está trabajando en un Cuauhtémoc, yo tengo derecho de que hable de mí…”.
El resentimiento de Jorge por no ser mencionado por su maestro, fue demasiado. El trago amargo nunca lo pudo pasar. Además, las cosas iban de mal en peor para él. Fracasaba con sus obras, su maestro no lo recuerda, a pesar de los años de correspondencia entre ambos y en su trabajo lo critican por escribir con dureza contra Alfonso Reyes. Todo estaba liquidado para Jorge Ibargüengoitia.
Cansado como estaba, a pesar de los muchos premios que recibiera, decidió dejar para siempre el teatro. Su última obra fue El atentado. De ella, Ibargüengoitia reconoce:
El atentado me dejó dos beneficios: me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela. Al documentarme para escribir esta obra encontré un material que me hizo concebir la idea de escribir una novela sobre la última parte de la Revolución Mexicana basándome en una forma que fue común en esa época en México: las memorias de general revolucionario (muchos generales, al envejecer, escribían sus memorias para demostrar que ellos eran los únicos que habían tenido razón.) Esta novela, Los relámpagos de agosto, escrita en 1963, ganó el premio de novela Casa de las Américas en 1964, fue editada en México en 1965, ha sido traducida a siete idiomas y en la actualidad, diecisiete años después, se vende más que nunca”.
El guanajuatense por fin había encontrado su medio para desarrollarse como escritor. Recordando la primera frase que le dijo Usigli por su primera obra de teatro, la que fue su examen, Ibargüengoitia justificaba su abandono del teatro por la narrativa diciendo que él tiene “facilidad para el diálogo, pero incapacidad para establecerlo con gente del teatro”.
A partir de esta fecha, Ibargüengoitia ganó todos los premios que existían en México para narrativa. Ganó también dos veces el premio Casa de las Américas, de Cuba. Y refugiado en su casa de Coyoacán, primero, y más tarde en París, se dedicó a escribir sus seis novelas.
Ya establecido en París, al lado de su esposa, la pintora inglesa Joy Laville, a quien conoció en 1965 en San Miguel de Allende (y quien ilustrara las portadas de las novelas de Jorge publicadas por Joaquín Mortiz), la vida cambió totalmente para él.
Se volvió “muy riguroso consigo mismo en la continuidad de su trabajo. Luego [de desayunar] escribía en su estudio durante toda la mañana. Su mesa estaba al lado de una ventana desde la cual se veía un colegio de señoritas (…) Cuando ellas salían de sus clases a la calle, Jorge interrumpía su trabajo y se quedaba viéndolas”.
A principios del último trimestre del 1983, “Jorge estaba trabajando en una novela que, tentativamente, iba a llamarse Isabel cantaba cuando le llegó la invitación para el encuentro de escritores en Colombia. Camino a ese encuentro, ya se sabe, ocurrió el accidente. Jorge había dudado al principio: no quería interrumpir el trabajo de su libro. Sin embargo, cuando la hora de tomar una decisión llegó, él estaba en un momento de su novela en el que tenía que detenerse y comenzar de nuevo. Eso era normal ya que así trabajaba él, deteniéndose de vez en cuando y comenzando todo otra vez”.
A las ocho de la mañana del domingo 27 de noviembre de 1983, apenas descendiendo el vuelo 081 de Avianca, México-Bogotá, “sabíamos que Jorge era ya uno de nuestros muertos”.
En el mismo vuelo, además de Ibargüengoitia, fallecieron los escritores Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza. Todos llevaban el mismo destino.
Bibliografía
Casi toda la obra de Jorge Ibargüengoitia puede encontrarse en la editorial Joaquín Mortiz, del Grupo Editorial Planeta.
Narrativa
– Los relámpagos de agosto (Premio Casa de las Américas 1964)
– La ley de Herodes
– Maten al león
-Estas ruinas que ves (Premio de Novela México 1974)
– Las muertas
– Dos crímenes
-Los pasos de López
Teatro
-Susana y los jóvenes
-Clotilde en su casa
-La lucha con el ángel
-Llegó Margó
-Ante varias esfinges
-Tres piezas en un acto
-El viaje superficial
-Pájaro en mano
-Los buenos manejos
-La conspiración vendida
-El atentado (Premio Casa de las Américas 1963)
Obra periodística
-Viajes en la América ignota
-Sálvese quien pueda
-Instrucciones para vivir en México
-La casa de usted y otros viajes
-Piezas y cuentos para niños
Maten al león
“Hacia fines de los años veinte, Puerto Alegre, capital de la isla caribeña de Arepa, se convierte en centro de una conspiración fraguada entre mármoles, gobelinos y peleas de gallos, al ritmo de congas, bodoques, atabales y rungas.
Se trata de matar a un viejo león, cuando se dispone a reelegirse por quinta vez jugándose el as de proponer la creación de la presidencia vitalicia. Las circunstancias, sin embargo, obligan al partido Moderado y al promisorio junior arepano Pepe Cussirat, elegido como candidato oposicionista, a cambiar de planes. Tras varios intentos frustrados de magnicidio, resulta que el revuelo no ha sido en vano, como se descubre en el inesperado desenlace de esta novela. Parodia de una cualquiera de las dictaduras que han asolado los países de Latinoamérica, Maten al león destaca como la única comedia dentro de lo que es ya un subgénero de la novelística hispanoamericana”.
La ley de Herodes
“Jorge Ibargüengoitia (1929-1983) dedicó buena parte de su tiempo libre, de las entrevistas que se le hicieron en vida —después de muerto aún no se tiene noticia de ninguna— y de sus escritos, a demostrar a sus lectores que no era un humorista, que no le interesaba hacer reír a la gente. Las trece historias –número cabalístico– que reunió en La ley de Herodes (¿cuento?, ¿artículo periodístico?, ¿consejo a los buscadores de becas?) muestran precisamente lo contrario: a Ibargüengoitia sí le interesaba hacer reír a la gente”.
Las muertas
“Si esta historia la hubiese soñado alguno de los grandes maestros de la literatura macabra, el resultado hubiese sido una historia espeluznante. Las muertas, sin embargo, está construido de tal manera que nunca se cae en el reino del terror sino en el de la sonrisa plena o la carcajada abierta. Los seres que pueblan las páginas de esta novela encajan en las grandes corrientes de la picaresca y de la comedia de errores dibujados siempre con gran sutileza y dominio de un lenguaje cada vez más preciso, más directo, más elaborado en su aparente simplicidad. De un hecho real, con repercusiones inmediatas en las crónicas rojas de todo el mundo, Ibargüengoitia ha creado un libro que deja a un lado todo sensacionalismo para llegar al escueto e hilarante desarrollo de los hechos”.
Dos crímenes
“Un hombre inocente es buscado por la policía. Decide ocultarse con su amante en un lugar apartado mientras pasa el peligro. Pero no tiene dinero. Para conseguirlo viaja a una ciudad de provincia y llega a la casa de un tío suyo, que es el hombre más rico de la región. En los días que siguen, el perseguido, a pesar de su inocencia, teje, con las mentiras que cuenta, las pasiones que provoca, sus propias pasiones y las ambiciones de sus parientes, un enredo del que van a resultar dos crímenes”.
Esta novela fue la quinta de Ibargüengoitia, quien, al referirse a ella, decía:
“Empecé a escribirla buscando un contraste con Las muertas, que es mi novela anterior. Mi intención fue hacer un divertimento como los que escribía Graham Greene entre sus novelas más serias. Al terminarla, veinte meses después, he descubierto que quizá los divertimientos diviertan al lector, pero escribir éste me costó el mismo trabajo, o más, que escribir mi novela seria”.