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En su primera semana de clases en la primaria de Ixhuatlán de Madero, Veracruz, un inquieto y rebelde Heberto Castillo Martínez protagonizó un episodio que parecía premonitorio de su vida de lucha y resistencia. Tras ser llamado a recibir un castigo en la ceremonia escolar, el pequeño Hebertito, en lugar de aceptar la disciplina, saltó por la ventana y corrió a ocultarse entre las tumbas del panteón. “Nunca se doblegó ante la imposición”, dirían años después quienes lo conocieron.
Desde su infancia, Castillo se caracterizó por su inconformismo y su tendencia a desafiar la autoridad. Su familia, de origen terrateniente, tuvo que emigrar de Veracruz al entonces Distrito Federal debido a las posturas progresistas de su padre, quien se oponía al abuso de los caciques locales. En el proceso, perdieron gran parte de su patrimonio y el padre tuvo que convertirse en maestro, lo que significó que sus hijos crecieran sin privilegios, educándose en escuelas públicas.
A pesar de su espíritu combativo y su inclinación a meterse en peleas con chicos mayores, Heberto Castillo fue un estudiante excepcional. Destacó en matemáticas, dibujo y escultura, y desarrolló un amor por la lectura tan intenso que sus padres temían que enfermara por dormir apenas unas horas al día. Se ganó el respeto de sus compañeros no por discursos vacíos, sino por su capacidad de argumentar con solidez.
El ingeniero revolucionario
Ya en la UNAM, donde estudió ingeniería y tomó cursos adicionales de matemáticas y física, Castillo se convirtió en ayudante de profesor desde el segundo año de la carrera y comenzó a escribir apuntes que se convirtieron en referencia obligada para los estudiantes. Se graduó en 1953 y comenzó a impartir siete materias, además de escribir libros técnicos con innovadoras teorías estructurales.
Su mayor aporte a la ingeniería fue la tridilosa, un sistema de construcción que combinaba concreto y acero de manera eficiente, reduciendo costos y pesos significativamente sin perder resistencia. Aunque esta innovación representaba un ahorro sustancial en obras públicas, muchos empresarios y funcionarios corruptos la rechazaron porque disminuía sus margenes de ganancia. A pesar de la resistencia, Castillo logró que se aplicara en construcciones emblemáticas, como el techo del teatro Morelos en Toluca y el complejo Tabasco 2000 en Villahermosa.
Perseguido y encarcelado
La vida de Heberto Castillo no solo estuvo marcada por la ingeniería, sino también por su activismo político. Participó activamente en el movimiento estudiantil de 1968 y, tras la represión, tuvo que vivir en la clandestinidad. Durante meses evitó ser capturado, disfrazándose incluso para supervisar la construcción de la tridilosa en el Hotel de México. Finalmente, en 1969 fue detenido y encarcelado en Lecumberri, donde pasó dos años. En la cárcel, no solo escribió varios libros, sino que pintó murales en su celda, los cuales más tarde rescató al comprar los fragmentos de muro cuando remodelaron el penal.
Tras su liberación en 1971, no cesó en su lucha por un país más justo. Fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores y rechazó las ofertas de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, quienes intentaron comprar su silencio con contratos de obra pública. Para Heberto Castillo, la honradez y la convicción eran innegociables.
Un legado de integridad
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A pesar de las constantes persecuciones y agresiones que sufrió, Castillo nunca claudicó en sus ideales. Muchos creían que su excesiva honestidad lo habría convertido en una anomalía dentro de la política mexicana, donde la corrupción era moneda corriente. Pero también era claro que, si hubieran existido más figuras como él, el país habría tomado un rumbo muy distinto. El 5 de abril de 1997 muere Heberto Castillo. Sus restos se encuentran en la Rotonda de las Personas Ilustres. Hoy, su legado sigue presente tanto en la ingeniería como en la política. Sus estructuras persisten, su pensamiento sigue vigente y su vida es testimonio de que la lucha por la justicia y la dignidad nunca es en vano. Seguramente, estaría profundamente avergonzado de lo que hoy se hace llamar izquierda.