¿Fentanilo? ¡Bah! Es peor la xilacina

Una nueva amenaza se expande en el ya devastado panorama de las drogas ilícitas: la xilacina, un potente sedante veterinario que ha generado alarma sanitaria en Estados Unidos y otros países. Su incorporación como adulterante en mezclas con fentanilo la ha convertido en un factor de riesgo aún mayor para los consumidores, al potenciar los efectos depresores del sistema nervioso y añadir complicaciones únicas y devastadoras.

Originalmente desarrollada como sedante y analgésico no opioide para animales, la xilacina no está aprobada para uso humano. Actúa sobre receptores alfa-2 adrenérgicos, y su presencia en las calles se da de forma clandestina, sin control de calidad, lo que multiplica su peligrosidad. A diferencia del fentanilo, que ya de por sí es letal, la xilacina provoca efectos que la convierten en una amenaza todavía más siniestra.

Entre sus consecuencias más graves se encuentran la sedación extrema, bradicardia, hipotensión severa y depresión respiratoria, pero hay un punto que la vuelve especialmente aterradora: no responde a la naloxona (Narcan), el medicamento que suele utilizarse para revertir sobredosis por opioides. Esta sola característica la coloca en un lugar crítico dentro del espectro de sustancias peligrosas.

Además, la xilacina tiene un efecto físico visible y brutal: causa úlceras y necrosis en la piel, incluso en zonas donde no hubo inyección. Estas heridas pueden derivar en infecciones graves e incluso amputaciones, lo que la ha hecho ganarse el apodo de “la droga que devora carne” entre personal médico y usuarios.

A pesar de no generar una adicción típica, su uso constante sí provoca tolerancia, dependencia y un complejo síndrome de abstinencia que incluye ansiedad extrema, temblores, hipertensión y convulsiones.

Una de las razones por las que su impacto se ha vuelto tan crítico es que los consumidores muchas veces ignoran que están ingiriendo xilacina, ya que se utiliza como “corte” para potenciar el efecto de otras sustancias, especialmente el fentanilo. Su detección en pruebas toxicológicas es difícil, lo que retrasa los diagnósticos y complica la atención médica.

Ante la creciente preocupación internacional, en México las autoridades han intentado minimizar el problema argumentando que el consumo de drogas como el fentanilo —y por ende, de xilacina— es considerablemente menor al registrado en Estados Unidos. Sin embargo, especialistas advierten que esta postura podría retrasar acciones clave de prevención, vigilancia epidemiológica y atención médica, sobre todo si se considera la rápida capacidad de adaptación del mercado de drogas ilícitas.

Por todas estas razones, especialistas en salud pública ya advierten que la xilacina podría ser incluso más peligrosa que el fentanilo, no sólo por su letalidad, sino por el sufrimiento físico y las secuelas que deja. Su avance exige una respuesta urgente en los frentes de prevención, tratamiento y educación, antes de que sus consecuencias se vuelvan aún más incontrolables.