Del agua embotellada al marisco, los microplásticos ya forman parte de la dieta cotidiana y abren una nueva alerta de salud pública global.
Contaminante silencioso que ya comemos
El plástico revolucionó la vida moderna, pero sus residuos avanzan hoy por una ruta menos visible y más preocupante: la alimentación humana. Estudios recientes confirman que los microplásticos —partículas menores a 5 milímetros— están presentes en agua potable, pescados, sal de mesa, miel y cerveza. La exposición ya no es una hipótesis ambiental, sino un fenómeno cotidiano con implicaciones directas en la salud.
La evidencia sugiere que una persona adulta podría ingerir entre 11,000 y 193,000 partículas al año únicamente a través de bebidas, con el agua embotellada como uno de los principales factores de riesgo. En algunos análisis internacionales se han detectado más de 6,000 partículas por litro en agua comercial, hasta 50 veces más que en agua de la red pública.
Del océano al plato: la ruta trófica
La contaminación por microplásticos se acumula a lo largo de la cadena alimentaria marina. Organismos filtradores y peces pequeños los ingieren primero; después, estos contaminantes ascienden hacia especies de mayor tamaño que terminan en el consumo humano.
Diversos análisis han detectado en mariscos y pescados sustancias asociadas al plástico, como el bisfenol A (BPA) y ftalatos como el DEHP, conocidos por su capacidad para alterar el sistema endocrino. Entre 70% y 80% de las muestras analizadas en distintos estudios presentan rastros de estos compuestos, con variaciones según especie y región.
Doble riesgo: físico y químico
Los microplásticos representan una amenaza por dos vías complementarias. La primera es física: su tamaño y forma les permite interactuar con tejidos y células, generando estrés oxidativo e inflamación crónica. La evidencia es particularmente sólida en el caso de los nanoplásticos, capaces de atravesar barreras biológicas.
Ensayos con líneas celulares intestinales y dérmicas muestran disminución en la viabilidad celular, daño mitocondrial y aumento de citocinas proinflamatorias. El impacto en las mitocondrias resulta crítico, pues estas estructuras sostienen la producción energética de las células.
La segunda vía es química. Los microplásticos actúan como vehículos de sustancias tóxicas persistentes, entre ellas plastificantes y aditivos que pueden interferir con la regulación hormonal. Algunos de estos compuestos están clasificados como probables carcinógenos o asociados a daños genéticos tras exposiciones prolongadas.
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Evidencia científica detrás de la alerta

La creciente preocupación por los microplásticos se sustenta en investigaciones revisadas por pares realizadas por equipos internacionales. Una de las revisiones más completas, encabezada por Huy G. Hoang, Nguyen N. S. H., Tao Zhang, S. Mukherjee y R. Naidu, advierte que la evaluación del riesgo para la salud humana aún enfrenta vacíos metodológicos, pero ya muestra señales claras de daño potencial a nivel celular y sistémico.
En el ámbito latinoamericano, estudios recientes liderados por Gurusamy Kutralam-Muniasamy, V. C. Shruti y Fermín Pérez-Guevara documentan la presencia de microplásticos en algas comestibles comercializadas en México, un alimento de consumo creciente que hasta ahora había recibido poca atención sanitaria.
Investigaciones experimentales también han aportado evidencia directa. Ensayos con líneas celulares humanas, como los realizados por Valverde Arámbula en el área metropolitana de Monterrey, muestran daño mitocondrial, estrés oxidativo y respuestas inflamatorias tras la exposición a micro y nanoplásticos presentes en agua potable, tanto embotellada como de la red pública.
Por su parte, evaluaciones de riesgo alimentario en especies marinas, desarrolladas por V. Montero, Y. Chinchilla, L. Gómez y A. Medaglia, confirman que la ingesta de mariscos representa una vía relevante de exposición a plastificantes como BPA y ftalatos, compuestos asociados con alteraciones hormonales y efectos crónicos en la salud.
En conjunto, estos trabajos refuerzan una conclusión compartida por la comunidad científica: aunque persisten incertidumbres, la magnitud y persistencia de la exposición justifican la aplicación inmediata del principio precautorio.
Agua, tratamiento y una paradoja moderna
Paradójicamente, la infraestructura creada para proteger la salud pública también contribuye al problema. Las plantas de tratamiento de aguas residuales capturan una parte de los microplásticos, pero liberan otra cantidad significativa a ríos y costas. Además, los lodos residuales utilizados como fertilizantes reintroducen estas partículas en el entorno agrícola.
El área metropolitana de Monterrey ilustra esta contradicción: escasez de agua, alto consumo de agua embotellada y una creciente acumulación de residuos plásticos elevan el riesgo de exposición en la población.
Vacíos urgentes y el principio precautorio
La comunidad científica identifica tres brechas críticas. La primera es la falta de métodos estandarizados para muestreo e identificación, que hoy dependen de técnicas como FT-IR o Raman, cada vez más apoyadas por inteligencia artificial. La segunda es la débil vigilancia sanitaria enfocada en exposición alimentaria, especialmente en poblaciones vulnerables. La tercera es la ausencia de políticas preventivas más firmes.
Reducir plásticos de un solo uso, mejorar la filtración en plantas de tratamiento y fortalecer la responsabilidad extendida del productor aparecen como acciones inmediatas. Frente a la evidencia disponible, especialistas coinciden en que esperar datos epidemiológicos concluyentes podría resultar costoso: el daño se acumula partícula por partícula.
