
Gracias a su estabilidad y uso masivo, el correo electrónico se ha vuelto un pilar en la detección de fraudes. Su análisis permite prevenir riesgos con mayor precisión.
Ni quien ponga en duda que nuestro mundo digital está cada vez más interconectado y, por ende, vulnerable al fraude. Las direcciones de correo electrónico han dejado de ser solo un medio de comunicación. Hoy, son un ancla confiable de la identidad digital y una herramienta estratégica para combatir delitos financieros, afirma Rafael Costa Abreu, Director de Planeación de Mercado para América Latina en LexisNexis Risk Solutions.

Con 7,900 millones de cuentas de correo electrónico activas en todo el mundo y 4,300 millones de usuarios, este canal digital ha demostrado ser no solo ubicuo, sino también sorprendentemente estable. A diferencia de los números telefónicos o las direcciones físicas, muchas personas conservan su dirección de correo por más de una década, lo que convierte al email en una fuente rica en datos históricos y consistentes.
Esta permanencia ha permitido a las empresas evaluar el comportamiento de los consumidores a lo largo del tiempo, detectar patrones y, lo más importante, identificar desviaciones que podrían ser indicio de fraude. Por ejemplo, si un correo que sólo se usa para pedir comida comienza a registrar múltiples transacciones de alto valor en un día, salta la alerta. Sin embargo, no todos los cambios son sospechosos: los picos estacionales por vacaciones o promociones también deben considerarse.
“El correo electrónico persiste donde otros identificadores fluctúan”, explica Costa Abreu. “Esta constancia lo hace valioso no solo para identificar conductas sospechosas, sino para construir confianza en los atributos de identidad digital del usuario”.
Además, el 55% de los clientes minoristas prefieren el correo electrónico para comunicarse con las marcas, lo que refuerza su papel central en la relación empresa-cliente. Las empresas lo utilizan para rastrear preferencias, hábitos de compra y hasta conexiones con redes sociales, generando una radiografía mucho más clara de cada identidad.
La lucha contra el fraude no termina ahí. Con la aparición de la inteligencia artificial generativa, los intentos de fraude se han vuelto más sofisticados. Ante ello, Costa Abreu destaca la necesidad de que las empresas adopten tecnologías de detección basadas en aprendizaje automático (machine learning), que permiten analizar miles de puntos de datos en tiempo real, identificar patrones únicos por industria o región, y adaptarse rápidamente a nuevas amenazas.
En este contexto, lograr un equilibrio entre seguridad y experiencia del usuario se vuelve esencial. Controles excesivos pueden incomodar a clientes legítimos, mientras que medidas laxas abren la puerta al fraude. La inteligencia de correo electrónico permite caminar esa delgada línea con precisión.
“La prevención del fraude bien ejecutada no sólo protege, también mejora la experiencia del cliente y fomenta la lealtad”, concluye Costa Abreu. Así, el correo electrónico, tan cotidiano y aparentemente simple, se consolida como una herramienta crítica en la era digital.