El joven Juan Rulfo

Juan Rulfo es sin duda uno de los escritores mexicanos más conocidos y de mayor prestigio. Aunque no se destacó por ser muy prolífico, le bastaron un par de libros para dejar una huella imborrable en la literatura mexicana. Como reportero recibí en la década de 1980 el encargo de viajar a Jalisco (Sayula y Guadalajara) a indagar sobre sus años juveniles. Esto fue lo que encontré.

Como se usaba en sus tiempos, fue bautizado con un nombre muy largo: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917. Así lo demuestra la fe de bautizo, en la parroquia de Sayula, Jalisco, donde encontré su fe de bautizo. El texto del documento es el que sigue:

“El que suscribe, Pbro. Don Salvador Gómez Jiménez, párroco de Sayula, Jal., CERTIFICA: que en el libro de bautismos número 69 en la página 45 y bajo el número 166 se encuentra una acta del tenor siguiente:

En la parroquia de Sayula, Jal., a 11 de junio de 1917, el Pbro. Don Román Aguilar bautizó solemnemente a Carlos Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, que nació el día 16 de mayo de 1917 en Sayula, Jal. Es hijo de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo y María Vizcaíno Arias.

Abuelos paternos: Severiano Pérez Jiménez y María Rulfo de Pérez Jiménez.

Abuelos maternos: Carlos Vizcaíno y Tiburcia Arias.

Padrinos: José Jesús Pérez Rulfo y María Dolores Rulfo.

Notas marginales: No tiene”.

Una vez que obtuve esos datos, fui a buscar el acta de nacimiento al registro civil de Sayula, donde me habían asegurado que no existía ese documento. Al buscar de nuevo en la fecha correcta y hoja por hoja, lo encontramos anotado como Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno. Allí se veía que alguien agregó posteriormente el nombre de Carlos en el margen. El texto del acta es el que sigue:

“No. 109 Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno.

“En Sayula, a las 11:30 horas del 24 de mayo de 1917, ante mi, teniente coronel Francisco Valdéz, presidente municipal y encargado del Registro Civil, compareció el ciudadano J. Nepomuceno Pérez Rulfo, casado, agricultor de 28 años de edad, originario y vecino de esta ciudad y expuso que en la casa número 32 de la calle Francisco I. Madero nació en tercer lugar, a las 5 de la mañana del día 16 del actual, el niño que presenta vivo, a quien puso por nombre Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno. Hijo legítimo del exponente y de su esposa María Vizcaíno Arias, de 20 años de edad. Sus abuelos paternos Severiano Pérez Jiménez y María Rulfo y maternos Carlos Vizcaíno y Tiburcia Arias. Fueron testigos de este acto los ciudadanos Jerónimo Celis, casado, de 41 años y Luis Ochoa Rodríguez, soltero, ambos empleados y vecinos de aquí y sin parentesco con el nacido. Leída que les fue la presente, manifestaron su conformidad y firmaron.

Juan N. Pérez Rulfo, L. Ochoa, F. Valdéz, J. Celis (Rúbricas)”.

Orígenes

¿De dónde venía el apellido Rulfo, que el escritor tomó para firmar sus obras?  Según Juan Niceto de Zamacois y Urrutia, historiador, periodista, novelista y poeta español emigrado a México, en su Historia de México menciona que existió un Juan Manuel del Rulfo, Subdelegado de Ciudad Guzmán, escribano público en Sayula. Este personaje, originario de Querétaro, murió en 1834. Era realista y estuvo al servicio de Calleja. Fue delegado en Zapopan durante la guerra de Independencia. Fusiló a muchos insurgentes. Fue padre de Doña María Rulfo, quien casó con el licenciado Severiano Pérez Jiménez.

Ese Calleja mencionado por Zamacois, por las fechas y el apellido, seguramente era Félix María Calleja, virrey número 60 de la Nueva España en 1813 y más tarde, en 1820, cuando fue llamado a España, Gobernador de Cádiz.

Cabe aclarar que la adopción del apellido Rulfo fue debido a una petición de la abuela María Rulfo, pues en su familia fueron 7 hermanas y un solo varón, quien murió soltero y sin descendencia. Para evitar que se perdiera el apellido pidió a sus nietos que adoptaran el Rulfo. Así lo hicieron Severiano, Francisco y Eva, por medios legales, no así Juan, que en su acta original no tiene enmiendas. Sólo tomó el Rulfo al parecer sin mecanismos legales al publicar sus escritos, según su hermano Severiano.

La hacienda a la que fue trasladado Juan Rulfo (¿San Gabriel?) pertenecía a los abuelos maternos. Los abuelos paternos tenían otra en San Pedro.

En un texto de Federico Munguía Cárdenas, periodista de ese lugar y corresponsal de El Informador de Guadalajara se habla de las distintas épocas de esa población, que según quienes allí viven poco ha cambiado, a no ser por los medios de comunicación. Claro que ahora tiene luz, agua, teléfono y todos los servicios. Las tierras antes de temporal ahora son de riego. Antes sólo llegaba el tren. Era una población muy importante en el siglo XIX, por lo que siempre tuvo guarnición que ofrecía garantías a los pobladores de las grandes haciendas que había en los alrededores.

La familia de Juan Rulfo tenía casas en Sayula, en San Gabriel y en Apulco. Los padres de Rulfo constantemente cambiaron de residencia debido a la violencia de la época revolucionaria. En Apulco nació el hermano mayor, Severiano. De allí se fueron a Ciudad Guzmán, donde nació una hermana que moriría a los 6 meses, María de los Ángeles. De allí pasaron a Sayula, donde nació Juan. Se mudaron después a Guadalajara y allí nació Francisco. Regresaron a San Gabriel y allí nació Eva.

En Sayula sí conocen a los Pérez Rulfo Vizcaíno, pero el propio Juan casi es un desconocido y podríamos quitarle el casi; Doña Piedad Serrano (nacida en 1910 en Sayula) encargada de cuidar el kínder de Sayula, recuerda al tío de Juan, David Pérez Rulfo y otro tío llamado Luis, pero no sabía quién era Juan. De su población dice que la revolución cristera los dejó en la vil miseria. Para ella los cambios más importantes de Sayula se refieren a la educación. “Ahora la gente es un poco más culta. Antes había mucha ignorancia, recuerda Doña Piedad. Hoy existen en Sayula tres jardines de niños y tres primarias. Una secundaria y una preparatoria. Hay dos cines. Sayula es un pueblo quieto”, asegura Doña Piedad.

San Gabriel fue un pueblo muy floreciente allá por 1900, pero cuando entró el ferrocarril a Colima, se fue abajo, porque hasta entonces todo el tránsito de mercancías hacia Colima pasaba por ahí. “Yo cuando conocí San Gabriel ya estaba amolado. Quedaban las fincas como un reflejo de la opulencia que un día tuvo San Gabriel. “Quedaron las fincas ya en ruinas”, me contó Severiano Pérez Rulfo. “Yo creo que los relatos de sus cuentos los sacaba de sus pláticas con la gente ya mayor de por allí. Le gustaba mucho a Juan platicar con gente ya mayor cuando iba de vacaciones escolares”.

San Gabriel cambió de nombre a Venustiano Carranza y luego retomó el original. Según Severiano, tiene ahora menos comercio que cuando lo conoció. Parecía que este lugar se iba a morir, porque todos los jóvenes emigraban a Guadalajara, quedándose sólo los más viejos arraigados a la tierra. Ahora, con una presa que acaban de construir, parece que esos parajes van a resurgir.

Maldición

Algunas biografías mencionan que el padre de Rulfo fue asesinado en 1925, pero según me contaron sus hermanos Eva y Severiano, el hecho ocurrió en en 1923. “Ni fue un peón de la finca, ni fueron unos asaltantes de caminos, dice Severiano, fue el hijo del presidente municipal de Tolimán, Guadalupe Nava. Según me platicaron a mí, era un muchacho de esos muy machos, borracho y pendenciero. Mi papá había hablado con él sobre un asunto de unas reses de ellos que se habían metido en la labor de mi padre. Como él tenía que ir arreglar un asunto, le pidió a Nava que arreglara esa cuestión con el mayordomo. Sin discusiones se despidieron y mi papá se dirigió a llevar unas medicinas a una enferma”.

“Allí se encontró de nuevo a Guadalupe Nava, que se ofreció para acompañarlo de regreso. Iban para San Pedro mi papá, el peón que lo acompañaba y Nava, que platicaba con mi padre tranquilamente. Al llegar a donde tenía que abrir la puerta, el peón se adelantó a hacerlo, mientras el otro se retrasaba y disparaba por la espalda a mi padre. La bala entró por la nuca y salió por la punta de la nariz. Eso ocurrió el 23 de junio de 1923 y al asesino jamás lo detuvieron, pues gozaba de protección en su pueblo. Murió hace unos 12 o 15 años.

No todos los tíos de Rulfo murieron asesinados, pero sí pareció caer sobre la familia una especie de maldición. Además del padre de Rulfo, quien según me contaron en Sayula era un patrón que trataba bien a su gente, murieron trágicamente varios tíos del escritor. Uno de ellos, Jesús, murió ahogado en un naufragio. Iba con su hermana y otra señorita. Como sólo la otra mujer tenía salvavidas, Jesús se quitó el suyo para que se salvara su hermana, quedándose él con el capitán del barco.

A José, “el zurdo”, lo mataron en una calle de La Barca, en Jalisco. Era comandante de la policía de ese lugar, en el que abundaban los asesinos y al pasar en una de sus rondas por una puerta, de allí le dispararon.

Otro tío de Rulfo, Rubén el “Churío”, estaba de jefe de la Oficina Federal de Hacienda en León, Guanajuato. Sus subordinados lo invitaron a una fiesta en San Francisco del Rincón. Cuando iban de regreso, uno de sus subalternos jaló una pistola y se le fue un tiro, con tan mala suerte que le pegó a Rubén.

Más tarde, el tío David, quien le consiguió trabajo a Juan Rulfo en Migración, tuvo un accidente en el que le cayó su caballo encima y murió a consecuencia de ello. A Eva, la hermana de Rulfo, le mataron a uno de sus hijos en Puebla. Era agrónomo y al parecer fue un accidente, aunque hubo sospechas de que su muerte fue intencional.

El esposo de la misma Eva (según me contó un amigo de Rulfo, Jorge Acero), murió al tratar de matar ratas a balas (hace ocho años). Uno de los proyectiles rebotó en algún lado y le pegó en la cabeza. Esa es la mala racha que ha seguido a los Rulfo.

Los familiares de Rulfo que aún quedaban en Guadalajara cuando se hizo este reportaje eran su hermana Eva, (menor que Juan, nació en 1923, el año en que luego sería asesinado el padre) y Severiano. El hermano Francisco había muerto unos años antes. Además había un hijo de su tío David. El hermano Severiano, dedicado a la ganadería en Tonaya, un lugar cercano a San Gabriel (hoy Venustiano Carranza) y miembro de la Confederación Nacional Ganadera, en la sección de Guadalajara, tuvo 9 hijos de los cuales viven 8. Tiene más de 30 nietos. Eva tuvo 8 hijos también. Juan tiene 4, (una mujer y 3 Juanes). Así que al menos por sobrinos no paraba Juan Rulfo.

El joven Rulfo

Platicando con sus hermanos pude saber algunas cosillas sobre Juan y su época escolar. Severiano me contó que de niño convivió con Juan hasta la edad de 5 años, porque más adelante él (Severiano) se fue a vivir a Guadalajara con sus abuelos paternos. De esa época dice recordar a Juan como un niño medio retraído al que le gustaba jugar solo. Allá en San Gabriel Juan cursó los primeros años de escuela: párvulos, primero y segundo de primaria. El tercer año se vio interrumpido a causa de la guerra cristera, pues él estaba en una escuela de monjas josefinas que se cerró desde entonces. Juan tuvo que ir a Guadalajara donde fue internado en el orfanatorio Luis Silva, para volver a ser inscrito en tercer año. Su hermano Severiano se inscribió en sexto año y recuerda que fueron llevados por su madre, en septiembre de 1927, (Severiano entró a esa escuela en 1926); “ya no volvimos a verla, pues falleció en noviembre de un paro cardiaco”. Eva recordaba que le platicaron que su madre murió de pronto. “Estaba muy tranquila, cuando de repente sintió un dolor muy fuerte y se murió”. Severiano en cambio dice que a él le contaron que estaba durmiendo y cuando la quisieron despertar ya estaba muerta.

Allí en el orfanatorio Luis Silva, fundado por el canónigo de ese nombre como obra de caridad, Severiano terminó la primaria y se regresó a San Gabriel y luego a Apulco, a dedicarse a trabajar la tierra. Juan se quedó allí estudiando. Severiano dice que había en ese entonces un año extra después de sexto al que llamaban “segundo sexto” en el que les terminaban de impartir materias de comercio tales como taquimecanografía, nociones de contabilidad, etcétera, y asegura que Juan llevó también ese curso.

Suavecito

“Yo entiendo que sus calificaciones no eran malas, porque era muy estudioso y además le gustaba mucho leer”, recuerda Severiano. Al morir la madre, Eva y Francisco, los hermanos más chicos, se quedaron con la abuela materna, María Rulfo, mientras que Severiano y Juan se iban al “Luis Silva” en Guadalajara. La escuela era de paga para los que podían y ellos sí pagaban, recuerda un amigo de Severiano, José Vázquez Brizuela, que estuvo con él en esa escuela. “Juan siempre fue muy suavecito, muy bueno de carácter y, sobre todo, muy estudioso”, recuerda.

El colegio Luis Silva es una escuela de esas muy viejas, con un patio cuadrado alrededor del cual los corredores se distribuyen simétricamente, formados por arcos. Junto se encuentra un templo como los muchos que hay en Guadalajara- Los domingos los pasaba encerrado en su cuarto leyendo y cuando escuchaba repicar las campanas le daba mucha tristeza y ganas de llorar. Y tal vez lo hizo, aunque no lo confesó así a su amigo Jorge Acero cuando, años más tarde, platicaba de ello, tal vez por aquello de que los hombres no lloran.

Cuando busqué en esa escuela rastros del paso de Rulfo por allí, sólo apareció una lista de los alumnos inscritos en 1930, el primero de septiembre. Allí está anotado como Juan Pérez Vizcaíno, de 13 años de edad e inscrito en el sexto grado grupo “A”, con el número 35. Aparecía allí como tutor su tío materno, Vicente Vizcaíno, aunque Severiano no recuerda que él haya sido tutor. El hermano Francisco estaba en cuarto grado. La maestra de Rulfo era María Mercedes Esparza, y la directora de la escuela la señorita Juana García. Viendo las listas encontramos que entre los niños que estuvieron allí estudiando había varios que hoy son muy conocidos: Jesús Martínez, “Palillo”, Roberto Cañedo, el actor. También varios de los hermanos Sauza, del famoso tequila; el capitán del “Faja de Oro”, barco mexicano hundido durante la Guerra Mundial; Antonio Palafox, entrenador de tenis y ex-compañero del famoso “Pelón” Osuna; el pianista Carlos Vázquez, Guillermo Cosío Vidaurri, político y, al parecer, hay quienes aseguran que ahí estuvo también Gustavo Díaz Ordaz, aunque no se han puesto a verificarlo. (Además el archivo está incompleto, pues no encontré más datos de Rulfo).

Entre los maestros de Rulfo tuvo dos de música ilustres: Alfredo A. Carrasco, autor del Adiós a Carrasco, y Andrés Sandoval, autor de un vals muy de moda en aquel tiempo, Soñadora.

Cuando salió del colegio, Juan se fue a estudiar al “Seminario de San José”, allá por la calle de Alcalde, animado con la idea de que si aprendía latín lo mandarían a Roma o Europa a estudiar. Como no le gustó, se salió de allí al poco tiempo. Al menos eso dicen sus hermanos Eva y Severiano, aunque cuando fui al templo de San José a buscar el seminario, un señor encargado de cuidar la escuela adjunta al templo me contó que efectivamente allí hubo una escuela muy antigua (él trabaja allí desde 1926) pero que no era seminario, sino primaria y en las noches un comercio. El pasado gobernador mandó demoler el edificio antiguo porque los techos se estaban cayendo (en lugar de repararlo) y construyó en su lugar una horrible escuela que parece preconstruída.

En el tiempo del joven Rulfo hubo mucho desorden y se organizó una huelga con el objeto de exigir que hubiera disciplina. Hubo manifestaciones y hasta muertos y heridos. Cuando los huelguistas expusieron sus peticiones, el subgobernador Allende les contestó que si querían una Universidad como la que pedían, que la hicieran. Como resultado de esa huelga se formó la Universidad Autónoma de Guadalajara.

El ingeniero civil Jorge Acero, amigo de Juan desde 1942, recuerda que Rulfo en alguna ocasión trató de llevar clases en Filosofía y Letras, pero además del problema mencionado, “la población estudiantil era pequeñísima. Había dos o tres muchachos en un grupo y así no se podía mantener la situación”.

Cuando Juan salía de vacaciones escolares, se iba a San Gabriel a visitar a sus hermanos. Le gustaba mucho tomar fotografías y caminar mucho. Incluso con sus fotografías obtuvo un premio en Jueves de Excélsior, allá por 1930, dice Severiano.

Platicando con el Ingeniero Acero pude saber un poco más de lo que hacía Rulfo cuando trabajaba en Gobernación. Además de lo que dijo Acero, hay algunos comentarios de su hermana Eva.

Alpinista y burócrata

Acero conoció a los Rulfo cuando eran muy chicos. Jorge creía que Juan era de su edad, pero nació en 1918. “Ellos pasaban a Tonaya, luego a San Gabriel. Cuando pasaban por un rancho que se llamaba Telcampana, en el que yo estaba, los veía pasar. A Juan lo recuerdo muy delgadito, muy finito, como toda su familia, hosco y huraño, además. Lo dejé de ver y luego, allá por 1942, me hablaron de que había un muchacho de México que, como yo, era muy aficionado al alpinismo, pero que no tenía con quién salir. Me lo fueron a presentar y al poco de estar platicando, salió que él era de San Gabriel. Le pregunté su nombre y hasta entonces nos reconocimos. Fue así que comenzamos a hacer muy buenas migas”.

En ese entonces Juan ya empezaba con sus escritos, recuerda Acero. Él había regresado de México y entró a trabajar en Gobernación en la oficina de migración. Ese trabajo se lo consiguió el tío David, que fue jefe de Tránsito y luego de Servicios Generales en México por aquella época. Eva recuerda que entró a trabajar allí por 1937 y que duró hasta 1946 aproximadamente. Ese tío David además fue dos veces diputado por Jalisco. Aunque Severiano dice que no fue un buen puesto, ni recuerda cuánto ganaba, Jorge Acero y Alfonso Rizo López aseguran que ese trabajo fue una canonjía conseguida por el tío David, y que Rulfo ganaría unos 120 pesos mensuales en 1942, además de que cada año recibía dinero que le mandaba su hermano Severiano, quien administraba unos terrenos que le dejó su padre. Severiano dice que lo que le dejó su padre a Rulfo fue un potrero que resultó afectado por el ejido Los González y una fracción del rancho de Nacaxtle que Severiano luego le compró a Juan.

Juan vivía con su abuela y una tía Lola (debe ser la madrina de nacimiento) en una casa de la calle Morelos de Guadalajara. Con ellos vivía también la hermana menor, Eva. Juan sacó de su cuarto a la sirvienta y la pasó al de él. Entonces se instaló en aquel cuarto (en los altos de la casa y en un rincón) al que su tía y hermana llamaban “el avión” por estar arriba. Tenía Rulfo ese cuarto lleno de fotografías, de discos de música clásica y de muchos idolitos, recuerda su hermana.

Germanófilo

Rulfo vivía una vida muy bohemia. Se dormía en las madrugadas por pasarse la noche leyendo a los clásicos, a Goethe, Cervantes, Tolstoi, etc. Y escuchando música. En ese tiempo era germanófilo de “hueso colorado”, recuerdan Acero y Rizo. “Tenía uniformes, fotografías y muchas cosas relacionadas con los alemanes y con la guerra. A tal grado era germanófilo que cuando se empezó a definir que ellos perderían la guerra, él se deprimía mucho. En su trabajo, contaban sus amigos que era muy gentil con los inmigrantes, pero sobre todo con los alemanes, a quienes admiraba. A ellos les aguantaba todo, pero a los judíos en cambio, ni una mala mirada, los detestaba. “Ahora no sé cómo piense, pero en ese entonces así era”, dicen sus amigos.

Rulfo se pasaba las noches tomando café y leyendo, por lo que “se levantaba ya muy tarde, como a la una o dos, y se iba a un café muy de moda que estaba frente al cine Variedades, el Nápoles, a tomar café y platicar con otros escritores. Allí conoció, o al menos allí frecuentaba mucho a Juan José Arreola. “A mí me aburrían mucho esas reuniones, recuerda Acero, nómas me tomaba un refresco y me iba”.

Juan pata de perro

Rulfo escribía, compraba revistas en las que aparecían reproducciones de famosos cuadros y las recortaba. A veces las compraba dobles por si al cortar un cuadro en la página opuesta hubiera otro que le gustara. Rulfo y Acero congeniaron muy bien y salieron muchas veces de excursión. “Fuimos al nevado de Colima, al Popo, al Ixta. Seguía siendo un tipo delgado, pero era fuerte y ágil. A veces, cuando se llegaba a retrasar y yo le apresuraba, Juan replicaba “ya salió mi tía”, comparándome con su tía Lola, que era muy regañona”.

Además del alpinismo a Rulfo le gustaba mucho caminar. Caminaba por todo Guadalajara. Llevaba a su hermana a excursiones y al parque Revolución, que era el paseo de moda. Allí iba con ella para caminar alrededor del parque, ella con sus amigas, él con los suyos. El cine no le gustaba, ni las fiestas ni los bailes. Tanto caminaba que su tía Lola le puso “Juan pata de perro”.

Ese carácter triste, retraído y el que todo lo encauzara a su nivel cultural, bastante elevado para su edad, enfadaba a las muchachas y aunque le gustaban mucho no podía congeniar con ellas. Hubo varias que le gustaron mucho pero que se conformó con sólo mirarlas, sin atreverse nunca a hablarles. Una de ellas era la hija del cónsul alemán en Guadalajara, Mapu Clemens. Jamás le habló y ella nunca supo que tenía un enamorado. Además, en ese tiempo las diferencias sociales contaban mucho más que ahora. Ella era la hija del cónsul y él sólo era Juan Pérez.

Tenía fama de muchacho raro. Siempre andaba “fuera de onda” y su jefe en Migración lo veía con un cierto aire de “miren al pobre loquito”. (No pude saber mientras estuve allá cómo se llamaba su jefe). Juan era muy observador, hablaba poco, pero cuando lo hacía, su plática era muy agradable. Era un muchacho muy sensible, tanto que cuando alguno de sus amigos se enojaba con su respectiva novia, Rulfo se preocupaba más que ellos (o al menos ellos lo disimulaban más). Lo único que lo acercaba al mundo que lo rodeaba eran las excursiones.

En ellas solía platicar con Acero, Rizo y tal vez otros amigos. A veces les contaba de sus ilusiones de ser escritor, o les platicaba anécdotas que más tarde les mostraba ya en forma de cuentos, como el de La Cuesta de las Comadres.

“A mí me daba mucha risa cuando me enseñaba sus escritos”, recuerda Acero, pero no se enojaba. Jamás lo vi enojado”. (En esto coinciden también sus hermanos). …él también se reía mucho cuando yo le mostraba mis escritos de cuando quería escribir prosa. Una vez le enseñamos un escrito de Mario Delgado Quintero, que ahora es locutor. Cuando lo leyó, me hizo un comentario bien preciso. “Mira, me dijo, esto parece un sarape de Saltillo, unas enchiladas suizas o el manifiesto del General Obregón”. Nos hizo reir mucho, y es que ese señor escribía unas cosas muy rimbombantes. Cuando se enteró del comentario de Juan, respondió: ése que va a saber, me contó Acero.

Enamorado

En sus pláticas, Rulfo hablaba de otras excursiones a las que había ido, de las amistades que había hecho ahí y de sus ilusiones de estar allí en el campamento con alguna muchacha en plan romántico. Cuando conoció a Clarita, con la que se casaría después, se entusiasmó mucho. Hasta le puso ese nombre a una cámara fotográfica muy buena que tenía. “Cuando ya estaba enamorado de Clarita, me platicaba que se iba a casar y a llevársela a campamentos, -aunque creo que nunca la llevó, pues a ella no le gustaba- y a llevarla a una cabaña junto a las montañas en la que él fumaría su pipa junto a ella frente a la chimenea en una tarde fría. Era muy romántico y nos gustaba oírlo hablar”, recuerdan Rizo y Acero.

“Clara Aparicio era una muchacha muy guapa, andaban muchos tras ella. La conocimos en una ocasión caminando por la calle y le gustó mucho. Era alta, morena, de pelo largo y muy bien formada. Una real hembra, dice Jorge, Juan no tenía el aspecto de ser un hombre apropiado para ella, pero le habló bastante bonito, la convenció y se casó con ella. Se fueron a vivir a México.

“En ese tiempo trabajó (como agente vendedor de llantas de la Goodrich Euzkadi, creo). Cosa muy rara en él, estuvo trabajando bastante. El amor lo estimuló seguramente”, contaba riendo Jorge Acero.

Su hermana Eva me dijo que dejó de hacer las excursiones después de que sufrió un accidente al volcarse un camión en el que iba un equipo de montañistas con los que andaba. Sólo se salvó Juan y otros dos. Los demás murieron, dice Eva.

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Eva y Severiano no querían hablar y cuando lo hicieron me pidieron que no dijera que ellos me habían dado datos. Decían que “Juan se enoja mucho porque detesta la publicidad. Juan acostumbraba visitar a Eva en las fiestas de fin de año y ella aseguraba que se había vuelto muy platicador. “Cuando viene nos sentamos a la mesa a comer, continúa la sobremesa platicando hasta que me levanto a servirles la cena y aún siguen platicando con Juan como voz cantante hasta altas horas de la noche. Casi se quedan allí sentados a esperar de una vez el desayuno”.

Juan Rulfo murió el 7 de enero de 1986.