En Mala espina, Xavier Velasco vuelve a la novela negra con un muerto incómodo, una ex esposa culpable y una Ciudad de México llena de sombras.
Interrogatorio desde la tumba

«Me toca interrogarte, Iván Mauricio, aunque sea en tu tumba…». Desde esa primera línea, Mala espina, la nueva novela negra de Xavier Velasco, anuncia que no habrá consuelo fácil. El muerto no descansa en paz y la narradora, lejos de buscar redención, se aferra a la duda como si fuera su única forma de seguir viva.
El cadáver es Iván Mauricio, también conocido como «Juan de la Luna», heredero que dilapidó su fortuna, aprendiz de chamán y protagonista de un final tan espectacular como sospechoso: una caída desde el séptimo piso, con los pies atados y demasiadas versiones para una sola muerte. Sobre esa escena, más cercana a un crimen que a un suicidio, se monta una pesquisa torcida, llena de silencios, culpas y fantasmas.
Publicada por Alfaguara en 2025, la novela marca el regreso de Xavier Velasco a la ficción larga después de varios años enfocado en otros proyectos y reediciones, y se inscribe en una tradición de novela negra que aprovecha los claroscuros de la Ciudad de México como motor narrativo.
Dunia Montoro: viuda, sospechosa y analista de inteligencia
La voz que habla con el muerto pertenece a Dunia Montoro, ex esposa de Iván, analista de inteligencia acostumbrada a leer expedientes, intervenir comunicaciones y seguir rastros ajenos. En Mala espina, esa maquinaria analítica se le revierte: ahora ella es la principal sospechosa del supuesto suicidio y se ve obligada a revisar su propia historia con el difunto.
Dunia podría usar recursos policiales para reconstruir los últimos pasos de Iván, pero la desconfianza hacia los vivos la orilla a otra ruta: conversar con los muertos, seguir pistas improbables, abrazar la superstición cuando la lógica se queda corta. El duelo se mezcla con la paranoia y la culpa; el expediente judicial se contamina con oráculos, rituales y rabdomantes que prometen leer lo que no está a simple vista.
En lugar de figurar como femme fatale clásica, Dunia encarna una protagonista herida, inteligente y contradictoria. No busca seducir al lector: lo obliga a acompañarla en un descenso donde cada recuerdo marital puede ser prueba de cargo.
Hechiceros, sabuesos y truhanes
Fiel a su estilo barroco y malicioso, Xavier Velasco arma alrededor de Dunia un elenco que parece salido de una pesadilla urbana: hechiceros de bolsillo, rabdomantes que leen energías y tuberías, fetichistas refinados, traficantes discretos y personajes de poder que mueven hilos desde la penumbra.
Entre ellos destaca un médico forense y su asistente, la inquietante Hata Mari, seductora y retorcida, que encarna la sensualidad mezclada con el morbo del anfiteatro. La morgue no sólo es un escenario técnico, sino un territorio donde los cuerpos hablan lo que los vivos callan.
Estos personajes secundarios funcionan como espejos deformados de la ciudad: son profesionales de la ambigüedad, gente que vive de cruzar límites éticos, legales o espirituales. Cada uno añade una capa al misterio de la muerte de Iván, pero también exhibe un sistema social acostumbrado a normalizar la violencia, la corrupción y el pacto tácito con lo sobrenatural.
Ciudad de México: entraña siniestra a cielo abierto
La Ciudad de México no aparece como postal, sino como entraña siniestra que brota de entre las piedras. Las calles, departamentos semilujo, vecindades, azoteas y bares clandestinos se convierten en estaciones de un recorrido donde lo policial se mezcla con lo místico: altares improvisados, templos discretos, sesiones de “sanación” con sustancias alucinógenas y oficinas grises donde se fabrican verdades oficiales.
Esa ciudad, que Xavier Velasco ha retratado en libros anteriores, aparece aquí más paranoica, intervenida por cámaras, vigilada por expedientes y marcada por desigualdades brutales. Mala espina sugiere que, en un entorno así, cualquier muerte dudosa puede archivarse como suicidio si conviene a quienes controlan el relato.
Regreso a la ficción de un narrador incómodo
Con Mala espina, Xavier Velasco vuelve a la novela de largo aliento después de títulos que lo convirtieron en una referencia de la narrativa mexicana contemporánea, como Diablo guardián —con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2003— y otros libros donde el exceso, la ironía y la vida nocturna marcaron su sello.
Aquí mantiene su tendencia a los personajes extremos, pero introduce un tono más oscuro y reflexivo: el vacío que deja la muerte de Iván no sólo es sentimental, también es político y espiritual. La novela dialoga con la tradición del noir, pero incorpora obsesiones muy actuales: expedientes digitales, filtraciones, vigilancia, espiritualidad de consumo rápido y una ciudad donde la línea entre ritual y espectáculo se ha vuelto difusa.
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Culpas, espiritualidad y alucinógenos
Uno de los ejes más incómodos del libro es la relación entre espiritualidad, consumo de sustancias y búsqueda de sentido. Iván, convertido en chamán de ocasión, y varios personajes orbitan en torno a ceremonias, viajes psicodélicos y prácticas esotéricas que prometen “sanación” mientras agravan los conflictos que intentan resolver.
En ese territorio, la culpa de Dunia se potencia: ¿hasta qué punto acompañó esos excesos?, ¿dónde termina el amor y empieza la fascinación por el abismo?, ¿quién se beneficia de convertir el dolor ajeno en ritual rentable? Mala espina no ofrece respuestas tranquilizadoras; en cambio, obliga a preguntarse qué tan fácil es cruzar la frontera entre la curiosidad y la destrucción.
Una novela negra para tiempos de sospecha
Más que resolver un caso policiaco, Mala espina expone un clima de sospecha generalizada. La muerte de Iván es el detonante para examinar redes de poder, amistades tóxicas y un aparato de justicia que puede voltear la mirada cuando conviene.
En ese sentido, la novela dialoga con una realidad mexicana donde el lenguaje forense, las carpetas de investigación y las “versiones oficiales” forman parte del habla cotidiana, pero conviven con la necesidad de creer en algo más allá de lo verificable: amuletos, limpias, videntes, sanadores y toda clase de intermediarios entre el azar y el destino.
Para quienes han seguido la obra de Xavier Velasco, Mala espina se siente como una visita guiada por un territorio ya conocido —la ciudad excesiva, el deseo, la autodestrucción—, pero ahora atravesado por la pregunta insistente de una narradora que interroga a su muerto como si fuera su último expediente pendiente.

Foto: Araceli López
