Carlos Lozano Ch.
Gerardo Fernández Noroña no pasa inadvertido en la política mexicana. Su trayectoria mezcla ideales progresistas con una práctica que a menudo contradice esos mismos principios. Como fundador de la Asamblea Ciudadana en Defensa de los Deudores de la Banca y miembro activo de El Barzón, Fernández Noroña emergió en los años 90 como el paladín de quienes se ahogaban en deudas impagables. Su lucha contra los bancos, las tasas de interés estratosféricas y los embargos lo convirtió en una especie de Robin Hood de los morosos. Sin embargo, este activismo parece tener una sombra que lo persigue: su propia relación con el cumplimiento de compromisos.
Es un hecho ampliamente comentado, aunque a menudo omitido por sus defensores, que Fernández Noroña no sólo luchó contra los abusos de los bancos, sino que también fue señalado por su falta de pago a estas instituciones. Si bien el contexto de la crisis económica de 1995 brindó argumentos legítimos para cuestionar las prácticas financieras de esa época, la línea entre el activismo en defensa de los deudores y el simple rechazo a pagar lo que debía es, cuando menos, difusa.
Entre la defensa y la conveniencia
La bandera de lucha contra un sistema financiero voraz es legítima y necesaria, sobre todo en un país donde la desigualdad económica deja a millones sin acceso a justicia. Pero, ¿qué ocurre cuando quien ondea esa bandera también parece beneficiarse de sus propios argumentos para no cumplir? En un país como México, donde la falta de rendición de cuentas es casi un deporte nacional, resulta pertinente preguntarse si el activismo de Fernández Noroña fue siempre un acto de altruismo o también una defensa personal disfrazada de causa social.
Por otra parte, su cambio de afiliación política –del PRD al PT, siempre en búsqueda de nuevos escenarios de confrontación– no solo evidencia su capacidad de reinventarse, sino también una falta de anclaje ideológico. En el fondo, parece más cómodo desafiar a los “opresores” del momento que sentarse a negociar soluciones reales y duraderas.
¿Compromisos con quién?
Durante la presidencia de Felipe Calderón, Fernández Noroña fue uno de los críticos más feroces de la militarización del país bajo la estrategia de combate al narcotráfico. Su postura, que denunciaba la violencia y las violaciones a los derechos humanos que emergieron de dicha política, resonó con amplios sectores de la izquierda y le ganó notoriedad como un opositor inquebrantable al autoritarismo. Sin embargo, los años han traído una curiosa transformación en sus discursos como dirigente “de izquierda”. Hoy, en su respaldo casi irrestricto al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, Fernández Noroña no sólo evita criticar la expansión de la militarización bajo el manto de la Guardia Nacional, sino que incluso justifica decisiones similares a las que antes combatía con vehemencia. ¿Qué cambió? La conveniencia política, sin duda. Lo que antes era “represión” ahora parece ser “necesidad de Estado”. Este giro en sus posiciones no sólo pone en duda su coherencia, también debilita su credibilidad como referente de la “lucha progresista”.
La política de Fernández Noroña, a menudo centrada en la crítica y la denuncia, ha tenido un eco importante en un sector de la población que se identifica con su retórica directa y sus formas provocadoras. Sin embargo, la falta de coherencia entre su discurso y sus actos es un problema que no puede ser ignorado. Un líder que exige justicia y compromiso debería, por lógica, ser el primero en cumplir los suyos. Ya sea en las finanzas personales o en las alianzas políticas, Noroña ha demostrado tener una habilidad especial para manejar los compromisos a su conveniencia.
En el México de hoy, un país sediento de líderes auténticos, Fernández Noroña representa una paradoja: un defensor de los deudores que deja dudas sobre su propia solvencia moral. Su activismo no está exento de un halo de oportunismo que lo hace cuestionable. Al final, un discurso fuerte puede inspirar, pero sólo los actos verdaderamente coherentes pueden sostener el respeto de la historia.
Gerardo Fernández Noroña quizá no le deba ya nada a los bancos, pero el juicio de la ciudadanía todavía está pendiente. Y ese, a diferencia de un crédito vencido, no se puede renegociar.