La acondroplasia, la displasia esquelética más común, afecta no solo el crecimiento óseo, sino también la salud mental de quienes la padecen. Este trastorno genético provoca baja estatura desproporcionada y genera múltiples retos físicos y emocionales que, en muchos casos, son invisibles para la sociedad. Como destaca Mariana, una joven michoacana con acondroplasia, la presión social puede derivar en trastornos como ansiedad, depresión y baja autoestima. La discriminación, los comentarios insensibles y la falta de accesibilidad en los espacios públicos son factores que contribuyen al deterioro emocional de estas personas.
Según Marisela Herrera, presidenta de la Fundación De la Cabeza al Cielo, desde una edad temprana, los niños con acondroplasia suelen experimentar frustración al notar las diferencias físicas con sus compañeros. Este sentimiento puede profundizarse si no cuentan con un entorno de apoyo adecuado, lo que subraya la importancia de un acompañamiento psicológico desde la infancia. Además, el tratamiento emocional debe enfocarse en fortalecer la autoestima y ayudar a gestionar el estrés derivado de un entorno que rara vez está adaptado para ellos.
El arte, como herramienta de expresión, puede jugar un papel clave en el manejo emocional de las personas con acondroplasia. Mariana encontró en el canto lírico una vía para mejorar su autoestima y sobrellevar las dificultades emocionales derivadas de su condición. Este tipo de actividades, junto con un adecuado apoyo psicológico, son esenciales para que las personas con esta condición enfrenten los desafíos diarios con mayor resiliencia.
A pesar de estos avances, la necesidad de adaptar los servicios de salud mental a personas con acondroplasia sigue siendo urgente. Los profesionales de la salud mental deben estar capacitados para abordar los retos específicos que enfrentan, como el manejo del estigma y la exclusión social. Solo así se podrá garantizar un bienestar emocional integral para esta población, promoviendo una sociedad más inclusiva y comprensiva.